" Conectando en Amor "
Después de Berlín, la historia no se detuvo. Como si la vida misma hubiera abierto un mapa sagrado y señalado el siguiente destino. Entre otros lugares que visitaron, ambos pusieron rumbo hacia Budapest ( junto con todo el grupo de viajeros ).
Durante el viaje estuvieron conversando por mensaje de texto y descubriendo cosas juntos sobre sus vidas, cosas en común y cosas que posiblemente ya habían vivido antes en otra vida. Aunque el viaje no tenía expectativas, Algo en el aire les decía que en Budapest, entre los puentes y los atardeceres dorados, encontrarían otra capa de su conexión.
Llegaron una tarde nublada, con el cielo teñido de azul y gris. Todos se hospedaron en un pequeño hotel en el corazón de Pest, cerca de calles empedradas, cafés antiguos y vitrinas llenas de libros polvorientos y flores frescas. Budapest tenía esa dualidad que también habitaba en ellos: historia y renovación, misterio y luz, silencio y risa.
Caminaron por el centro de Pest tomados de la curiosidad y la complicidad. No había prisa, solo una necesidad compartida de observar el mundo a través de los ojos del otro. Cuando concluyeron uno de sus paseos, el recomendaba visitaran una tienda de ropa y ella llena de curiosidades, entró y se encontró con el dentro de la tienda.
- Ella comentaba, ¿ ya encontraste algo para ti ?
- El contestaba, aún sigo mirando, pero seguro encuentro algo de mi talla.
Al pasar el rato, ella le comenta que se encuentra en otra tienda y él contesta que la alcanzaría para ayudarle a elegir unos zapatos.
- Los " zapatitos nada que ver " 😂
Cuando ella los eligió, ella comentó con él si había visto un video en internet que trataba de hacer una autocrítica a unos zapatos que no tenían algo que ver con la ropa, algo que a simples palabras no se explica, con tan solo ver el video bastará…
Rieron como niños de recordar aquel video, Compraron los zapatos. Por qué ella los quería y por el recuerdo que envolverían cada vez que los vieran.
Dedicaban momentos del día a perderse entre las calles, mientras el resto realizaba alguna actividad como almorzar, pero también buscaban esos instantes de soledad compartida, donde el silencio entre ellos no era ausencia, sino presencia plena. Un café en una esquina tranquila. Alguna banca cerca al Danubio. Un suspiro que se respondía con una caricia en la espalda.
Visitaron el Bastión de los Pescadores en Buda al atardecer. Las torres parecían salidas de un sueño medieval, y desde allí, miraron la ciudad como si vieran su vida desde lejos: con gratitud por lo vivido y con esperanza por lo que aún no llegaba. El solo se imaginaba tomándola de las manos en silencio, sintiendo que ese momento ya había ocurrido antes, quizás en otra vida, bajo otro cielo, pero con el mismo amor.
Esa noche, buscaron un lugar sencillo para cenar. Encontraron una pequeña pizzería que apenas se anunciaba en la esquina de una calle tranquila. La pizza era buena, pero lo esencial no estaba en el sabor. Era el "estar". Se sentaron frente a frente, compartiendo bocados y risas, brindando con cerveza, como si brindaran con estrellas líquidas.

Después al salir, cuando el restaurante estaba por cerrar, caminaron por la plaza central. Las luces eran cálidas, y sus manos se rozaban al compás de sus pasos. No era un gesto buscado, era natural, como el parpadeo o el latido. De vez en cuando se miraban, y esas miradas decían más que cualquier poema.
- El solo pensaba que había algo en ella que le recordaba a casa, como si en ella encontrara un lugar seguro.
- Ella por otra parte sonreía, con ese rostro tan alegre que tiene, con esos hoyuelos que se hacen en sus mejillas cuando demuestra que es feliz.
Esa noche, en la intimidad de la ausencia de gente en la plaza central de Pest, jugaron con la cámara de su celular. No eran fotografías planeadas, sino instantes capturados sin esfuerzo: una carcajada de ella, un gesto de ternura de él, una imagen en la que sus rostros se fundían como si fueran uno. Al verlas, ambos lo supieron: el futuro los estaba esperando, pero ya había comenzado a escribirse.
La conexión que habían descubierto no era solo con el otro. Era una reconexión con el amor propio. Ella comenzó a verse con ojos más suaves, empezó a aceptar lo hermosa que era. El descubrió que podía dejar de buscar cuando se permitía estar. Y juntos entendieron que amar al otro era también amarse a uno mismo con más verdad.

Este capítulo no es el final, es un puente. Un espacio donde el alma recuerda, el corazón se abre y el cuerpo descansa en la presencia compartida.
A quienes caminan con el alma abierta y el corazón dispuesto:
Que el amor no los asuste, que los transforme. Que se sigan eligiendo, no desde la necesidad, sino desde la paz. Porque cuando el amor se siembra con verdad, el futuro florece sin esfuerzo.
El amor de ambos, no tiene prisa. Se está preparando para lo mejor.
Y apenas están comenzando.